martes, 20 de diciembre de 2011

LA IDEA DEL PLACER COMO MODO DE VIDA


 En palabras, de un, nada sospechoso liberal, Daniel Bell (ob. cit..) “El hedonismo, la idea del placer como modo de vida, se ha convertido en la justificación cultural, si no moral, del capitalismo. Y en el ethos liberal que ahora prevalece, el impulso modernista, con su justificación ideológica de la satisfacción del impulso como modo de conducta, se ha convertido en el modelo de la imago cultural. Aquí reside la contradicción cultural del capitalismo”.

Es en la fase de socialización, de la infancia a la juventud, cuando la experiencia del conocimiento cultural se comparte con la experiencia del crecimiento. Un proceso donde el despertar a la conciencia del yo y de la formación de la personalidad, donde la construcción de la identidad subjetiva se forma o se conforma con la identidad objetiva, afrontamos el conflicto entre lo que la naturaleza nos muestra y lo que la sociedad nos dice. Una contradicción que interioriza las normas y conductas sociales, el orden social establecido.

 La estabilidad peculiar del aparato de autocoacción psíquica, que aparece como un rasgo decisivo en el hábito de todo individuo "civilizado", se encuentra en íntima relación con la constitución de institutos de monopolio de la violencia física y con la estabilidad creciente de los órganos sociales centrales. Eres un hombre, un miembro de la especie humana, pero no todos los hombres son iguales y además las diferencias no son físicas ni intelectuales, en cambio tienes que someterte a la voluntad de otros -. Tu propia familia constituye la introducción en el mundo de las jerarquías, los privilegios y los conflictos sociales. 

Esa contradicción provoca una violencia, la violencia que añadimos a nuestra lucha por una posición social, la violencia que cargamos sobre el extraño, sobre los diferentes, sobre los que protestan o sobre los que nos estorban. Así como el miedo a la oscuridad no es producto de la obscuridad en sí, la obscuridad no da, no infunde ningún miedo, son nuestros procesos mentales internos los que construyen fobias, una reacción escondida quizá en la “conducta genética”, que recuerda el miedo a la obscuridad de un primitivo simio que se sabe frágil ante la ausencia de luz y los peligros de la naturaleza asociados. 

Ese miedo atávico que pretendemos resolver expandiendo hacia nuestro entorno, buscando la llave de la luz, un miedo no resuelto, aplazado, una angustia anestesiada mientras la luz brille. (Jameson, Frederic,op. Ibid., pág. 39), nos dirá que: “La cultura del simulacro nace en una sociedad donde el valor de cambio se ha generalizado hasta el punto de que desaparece el recuerdo del valor de uso, una sociedad donde, como ha observado Guy Debord en una frase extraordinaria, "la imagen se ha convertido en la forma final de la reificación de la mercancía" (la sociedad del espectáculo).” 

Parafraseando el esquema freudiano. El yo, sigue el principio de realidad y lo hace sintetizando, sus impulsos, deseos y necesidades básicas, a la par que diseña un plan para probar si los puede llevar a la práctica, en un contexto estructurado por la convivencia con los demás. Así pues, hoy en día hablamos del Estado como protagonista, ejerciendo sus relaciones internacionales sobre la base primitiva de la supervivencia y la seguridad, cualidades estas, propias de los individuos aislados. 

En ese sentido podemos decir, de todas las naciones jóvenes, sufren los mismos procesos de desarrollo que el hombre en su individualidad, un desarrollo ontogenético y filogenético. La Justicia, el Derecho, el carácter de sus instituciones y en definitiva la racionalidad de su sistema, es producto de su propia experiencia y del orden social existente. Así es como se interioriza las contradicciones sociales, emplazando a un sistema penal a apartar los individuos cuyo comportamiento no ha respetado dicho orden. 

La penalización de las conductas antisociales son custodiadas por cuerpos profesionales de policía, como también lo son las calles, los aeropuertos y las urbanizaciones privadas. Quizá porque nuestra conducta contracivilizatoria deba ser reprimida generando “llaves”, “interruptores” con los que regular los miedos y así emplazar a momentos futuros la paz social o la armonía de los hombres, tildándola de ingenuidad.

 Dirá Horkheimer (Horkheimer, Max: op.cit., 1973, pág. 124) -"El progreso cultural en su totalidad, así como también la educación individual -vale decir, los procesos filogenéticos y ontogenéticos de la civilización-, consisten, en gran medida, en el hecho de transformar comportamientos miméticos en comportamientos racionales-." Y estos comportamientos se integran incluso más allá de que existan las condiciones iniciales de su existencia, incorporándose a su herencia cultural. "Adaptarse significa llegar a identificarse - en aras de la autoconservación- con el mundo de los objetos." (...) "...constituye un principio universal de civilización". 

Así pues, la estabilidad interna del sistema en el proceso adaptativo, su autoconservación, lo realiza mediante la  interiorización, es decir mediante la racionalización de su conducta, comportamientos que la mímesis expande en las relaciones sociales, su producción cultural y su producción ideológica, todos los procesos de manipulación de la conciencia, tienen como fin reducir los efectos de las contradicciones sociales, amortiguar, normalizar, regularizar las respuestas de las conciencias, para tratar los conflictos del mismo modo que se tratan las enfermedades sin solución, reduciendo sus efectos al precio de renunciar a conocer la enfermedad y liquidarla, al precio de cronificar los conflictos. 

 Ese proceso que proyecta hacia el exterior los conflictos internos, deviene en la lógica positivista como un hecho de la naturaleza, es decir, como un dato objetivo, y no como un conflicto vinculado a su proceso de desarrollo interno de contradicción, (atribuido, desde Hegel, a todo acontecer de la existencia).

Así también se comporta la sociedad, la razón instrumental permite proyectar los conflictos internos, los conflictos de las desigualdades y las diferencias de la sociedad postergando su solución a una "llave" que, fuera de la sociedad, nuble o confunda la conciencia misma aplazando el conocimiento de la verdad, sustituida ésta última, por el conocimiento y la manipulación del entorno. 

Así una sociedad hedonista logra dar apariencia de felicidad, de equilibrio social. Y los fantasmas, ocultos tras los conflictos sociales no resueltos emplazan a futuras guerras, revoluciones y violencias en aras de Dios, la nación o la raza, de no se sabe que ente histórico. Dirá Horkheimer  (Horkheimer, Max,1973, op.cit.,  pág.121) "Lo que sobre todo tortura al hombre joven es su conciencia turbia y confusa del nexo estrecho, casi de la identidad, entre razón, yo, dominio y naturaleza. Siente el abismo entre los ideales que se le inculcaron junto con las esperanzas que despiertan en él, y el principio de realidad al que se ve obligado a someterse."


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